Los pequeños empujones y la libertad

Nudge good

Hace poco más de un año, en este blog, llamábamos la atención sobre el interés de estar atentos a las políticas de “pequeños empujones” que ponían en marcha las administraciones públicas en muchos países para hacer avanzar medidas beneficiosas para la sociedad, pero que sin esos “pequeños empujones” o acicates (nudges) no tendrían el éxito deseado (“To nudge or not to nudge”). Uno de los promotores teóricos de la lógica del nudging, y de muchas otras estrategias para alinear el comportamiento económico no siempre racional de las personas con acciones y políticas encaminadas al logro de resultados eficientes, el norteamericano Richard Thaler, acaba de ser galardonado con el premio Sveriges Riksbank en memoria de Alfred Nobel, popularmente conocido como el Nobel de Economía. El galardón, que en ocasiones suele generar controversia por las dudas que puede despertar la importancia del trabajo del premiado, esta vez ha sido aclamado de forma casi unánime (véanse algunos comentarios: Financial Times, The Economist, The Wall Street Journal, New York Times, Neue Zürcher Zeitung, Die Welt, El País). Como escribió hace ya algún tiempo Michael Lewis, Richard Thaler es “The Economist Who Realized How Crazy We Are”, o como comentaba esta semana el Washington Post, es el economista que se fija en cómo pequeños comportamientos, a menudo inconscientes, pueden ser gestionados en beneficio de todos (“What’s a urinal fly, and what does it have to with winning a Nobel Prize?”).

Más allá de lo anecdótico, Richard Thaler es considerado uno de los padres de la “economía del comportamiento”, el modo de afrontar los problemas económicos que pone énfasis en el análisis de las actuaciones de las personas que no se ajustan al modelo del homo economicus racional, característico de la ciencia económica convencional. Como señala John Cassidy en The New Yorker, Thaler es uno de esos economistas que “hacen la economía más humana”. En este sentido, con el lejano precedente de los “animal spirits” keynesianos, el nuevo Nobel sigue los pasos de un buen número de investigadores a los que en las últimas décadas se les ha reconocido sus trabajos en torno a esas dimensiones menos racionales del actuar económico, muchos de ellos también Nobeles, como Simon, Akerlof, Fogel, Kahneman, Orstrom o Shiller. Sin duda, las aportaciones más relevantes de Thaler tienen que ver con el análisis de los aspectos de la arquitectura de decisión humana que alteran (o pueden alterar) de una forma predecible el comportamiento de la gente, sin que suponga prohibir ninguna de las opciones de decisión existentes, ni tampoco cambiar de forma significativa los incentivos económicos. Para ser tal, la intervención que se plantee (el nudge) debe ser evitable de forma sencilla y poco costosa. Poner la fruta en el supermercado al nivel de los ojos es un “pequeño empujón” para que la gente coma más fruta; prohibir la comida basura no lo es. Hay infinidad de “pequeños cambios” en la gestión de acciones y planes, en la configuración del contexto de las decisiones, en la promoción de políticas públicas, etc., que pueden mejorar sustancialmente lo que la gente decide y hace, y sus efectos en la sociedad. Como es bien conocido, quizá el ejemplo más famoso de un nudging exitoso sea el de las políticas encaminadas a promover la donación de órganos. En aquellos países donde existe legislación que presupone que todo ciudadano es un donante tras su fallecimiento (lo es by default, por defecto), aunque pueda optar por no serlo de forma muy sencilla si lo desea, el nivel de donaciones crece significativamente respecto a aquellos que requieren un acto voluntario positivo para convertirse en donante. Por supuesto, este nudging ha calado también con intensidad en la gestión de las organizaciones, y ámbitos tan enfocados en las decisiones humanas cotidianas como el marketing (véase “The Rise of Behavioral Economics and Its Influence on Organizations”).

Robert J. Shiller, otro de los pioneros de la economía del comportamiento –en este caso de los comportamientos financieros-, explica así las bondades que se pueden derivar de una profundización en estudios como los Thaler: “Economists need to know about mistakes that people repeatedly make. (…) Thaler has proposed mechanisms that will, as he and Harvard Law School’s Cass Sunstein put it in their book Nudge, change the “choice architecture” of decisions. The same people, with the same self-control problems, could be enabled to make better decisions. Improving people’s saving behavior is not a small or insignificant matter. To some extent, it is a matter of life or death, and, more pervasively, it determines whether we achieve fulfillment and satisfaction in life. Thaler has shown in his research how to focus economic inquiry more decisively on real and important problems. His research program has been both compassionate and grounded, and he has established a research trajectory for young scholars and social engineers that marks the beginning of a real and enduring scientific revolution” (“Another Nobel Surprise for Economics”). Indudablemente, esa “ingeniería social”, trasladable a un sistema de crecientes decisiones by default tanto ante opciones de políticas públicas como de consumo, puede tener consecuencias positivas en muchos ámbitos. Sin embargo, sería naive no poner también el foco –y ponerlo con tanta intensidad como lo ponen los economistas del comportamiento- en los indudables peligros que la generalización de esta lógica, la de una “sociedad by default”, puede acarrear. De una u otra forma, se pone en juego la libertad de la persona.

Milosz Matuschek, profesor de derecho en la Universidad de La Sorbona y autor de Das romantische Manifest, escribe en “Nudge ist Quatsch” (Nudge es una tontería) que el gran problema de teorías como las de Thaler es asumir que hay alguien (el Estado, una organización, un “ingeniero social”…, en definitiva, el arquitecto de las condiciones de decisión) que con una supuesta buena voluntad y un grado de infabilibilidad autoproclamado (sobre lo que es bueno o no) diseñe marcos de decisión que, aprovechando el comportamiento poco racional de las personas –un comportamiento muchas veces inconsciente-, pueda conducirnos a la mejora de la sociedad. Como señala Matuschek, “el Estado no es un actor neutral, no es un ‘pastor’ bueno per se. Si lo fuera, no necesitaríamos ni la idea de división de poderes ni la idea de elecciones, y tampoco la sujeción de la acción de Estado al respeto de los derechos fundamentales”.

Los problemas de las “decisiones inconscientes” (o con un nivel de conciencia y conocimiento más reducido) se perciben con claridad en el caso de la arquitectura de decisiones por defecto. Smith, Goldstein y Johnson analizan con detalle este fenómeno en “Choice Without Awareness: Ethical and Policy Implications of Defaults”, partiendo de la idea de que “defaults are not neutral”. Anunque los autores acaban concluyendo que “smart defaults” pueden ser ciertamente muy beneficiosos, su análisis de por qué los sistemas de decisión por defecto funcionan es más que clarificador sobre su carácter “manipulativo”. Los autores describen los tres mecanismos clave del éxito de los esquemas de decisión por defecto: Implied endorsment (la gente interpreta la opción por defecto como la deseable, como la respaldada como buena por quien plantea la decisión); Cognitive bias (la gente puede sentir que la opción por defecto en cierta medida es la que es suya, la que posee, y por tanto rechazarla sería una pérdida); Effort (el esfuerzo de decir que no, de tener que cambiar y rechazar algo en opciones opt-out, lleva a muchas personas a la inacción). Quizá es triste pensarlo, pero parece que detrás de esos tres mecanismos hay una cierta referencia a la vagancia, esa vagancia a veces nimia, pero que muchas veces nos lleva a ser quizá menos libres de lo que podríamos ser. Es interesante recordar en este punto una frase de Daniel Kahneman, otro de los padres de la economía del comportamiento y también ganador del Nobel en 2002, sobre su colega Thaler: “The best thing about Thaler, what really makes him special, is that he is lazy” (citada por Tim Harford en “Richard Thaler: how to change minds and influence people”).

Una última reflexión se impone al advertir el enorme auge que la economía comportamental, y el éxito de teorías como la de los “pequeños empujones”, están teniendo en nuestros días. Por una parte, parece que ciertamente la superación del paradigma del homo economicus racional nos lleva hacia una “economía más humana”; por otra, y paradójicamente, también se puede pensar que esa misma tendencia nos lleva a una “economía más inhumana”, más cercana a la consideración del hombre como “animal irracional”, como ser que necesita de un “paternalismo bonachón” que conduzca al rebaño por el buen camino, sin que necesariamente se dé mucha cuenta de ello. Es significativo que en la portada de Nudge –la obra más popular de Thaler- quienes protagonizan el pequeño empujón no son dos personas… sino dos elefantes.